Hace unos cuantos años escuché esta frase en boca del expositor de un curso al que asistí. Tuve la impresión que consistía en uno de esos típicos slogans con apariencia intrigante y que ante el primer intento de análisis enseguida uno descubre que no hay mucho por detrás, que está casi vacío. No sé si este buen hombre estaría con rencor por algún lejano motivo o quizás con un incipiente deterioro en la memoria. En aquel momento me pregunté (y todavía hoy de algún modo sigo haciéndolo): ¿Quién le habrá enseñado los primeros trazos de las letras hasta complejizar toda su escritura? ¿Y los cálculos matemáticos? ¿Con quiénes indagó obras literarias, aprendió otros idiomas, descubrió los misterios de la vida microscópica y las pasmosas distancias estelares? ¿Quiénes le presentaron todos los personajes de la historia universal con quienes imaginariamente creamos, viajamos, discutimos y nos abrazamos en tantas ocasiones? ¿No será que también algunos encontraron incluso su vocación en algún aula? ¿Y su fe, no habrá sido enriquecida allí mismo por el testimonio de tantos?
Ante las expresiones de moda, los fracasos políticos y la irrupción de frivolidades insiste el arte invisible de educar.
Son ustedes, maestros y profesores, los que cotidianamente, en silencio y con un inmenso esfuerzo ayudan a nuestros alumnos a pensar mejor y a actuar según los valores que nos inspiran, ofreciéndoles oportunidades para que cada uno de ellos construya sus propios caminos.
Hannah Arendt dijo hace ya más de medio siglo que estamos ante la primera generación de adultos que dimitió del deber de recibir a las nuevas generaciones, darles cobijo e insertarlas en la cultura, dejándolas libradas a su propia inmanencia. La verdad, en Newman no se nota. Es por lo tanto justo dar reconocimiento a la noble misión que llevan adelante junto a las familias.
Estas brevísimas reflexiones, investidas del agradecimiento hacia ustedes de parte de Luz, Marité, Mauge, Nicolás y Alberto, tienen la pretenciosa intención de rendir homenaje a su tarea (como si pudiera hacerse sólo con algunas pocas palabras).
Anhelando que disfruten del siguiente acto conmemorativo les dejo una nueva propuesta para titular este texto:
“Me cuesta imaginar un mundo sin escuelas. Creo que es inconcebible sin maestros”
Un abrazo y mi admiración de siempre.
Leo